lunes, 22 de marzo de 2021

Vivir siempre en despedida

Foto: Xuxo Breogán


MARÍA y los dos escapados se hallaban dentro ya de la tajea. La noche era cerrada. Y se había hecho tarde. Se despidieron. La madre de Eugenio no pudo decir "gracias". Le pareció una palabra insignificante, miserable, ridícula, para agradecer la maravillosa, la inigualable donación, que acababa de otorgarle aquel pimpante fascinador y extraordinario. Tan solo miró a este escapado con una mirada -húmedos los ojos- que fue lo mismo que si en ella le estuviese ofreciendo su propia vida entera. Y tendiéndole su mano de campesina firme y valerosa, le dijo, como un eco de su propio corazón agradecido:

-Que tengas mucha suerte, hijo mío. Ya sabes donde estoy, a cualquier hora del día o de la noche, a cualquier hora.

El pimpante al oír lo de "hijo mío", pronunciado con tal sinceridad y fervor, se acordó de su madre y sintió como un nudo que le apretó de pronto la garganta.

-Adiós, pimpante.

-Adiós.


Cristina Amenedo: Vivir siempre en despedida, A Coruña, Gráficas do Castro, 1996, pp. 72-73.

Imagen: Suso Breogán.

sábado, 13 de marzo de 2021

Diamantina


 

Se lo cuento a las estrellas, porque no sé escribir y quiero ser escuchada. Cuando me vio, se asustó como si hubiera visto a una loba, cuando era yo la que no veía a nadie en años, siglos incluso. 


Pero luego, cuando la invité a mi cueva, y compartí con ella la poca carne de cabra que me quedaba, noté en sus ojos el brillo de la amistad. Me dijo que no comía carne, pero que la comía esa vez porque sabía que la caza era mi única comida. 

 El sacrificio más honorable a la última cazadora de Gredos.