Si natura negat,
facit indignatio versum.
Boglárka Virág |
quizás sea que venimos a nacer
ya con nuestro amor secreto.
¿Y si me hubiera amado tanto en el infinito hacia atrás que la mejor manera de estar toda la vida conmigo era nacer en mí...?
Pasar así la vida conmigo
tiene que ser por fuerza
el más puro acto de devoción nunca visto.
¿Y si todo fuera ya maravilloso como es?
Llegué una mañana y me fui por la tarde de ese mismo día, en un puente de avión.
Por ese motivo la aproveché tanto, sabiendo casi con total seguridad, que nunca más volvería allí. Hasta ahora no lo he hecho, pero quién sabe.
Me encontré con una ciudad de un calor agradable y además cálida y algo lenta. Cálida por la gente, donde escuché más español que inglés, y los adolescentes con sus gorras de raperos o traperos de lado, y sus pantalones blancos caídos hasta lo inimaginable, miraban desde las alturas, pero miraban. Y ese aire tan instaurado de los 50s, y el rosado, sin duda el color principal. Mucho pastel y palmeras. Pero detrás de todo el decó, o más bien, entre medios, me pesa escribir que percibí el decorado. Qué casualidad que justamente sea decó la raíz.
Y más me pesa escribir que lo artificial, la arquitectura naif que impregna la ciudad, es como si ocultara otra realidad, en esa misma línea de diseño de una elegancia naturalista, pero elaborada a base de capas.
Y que bastaría vivir allí mucho más que un día, para tener el tiempo suficiente de descapar y finalmente descubrir que no es fascinante para nada lo que se esconde debajo del makeup más chic: otra de las innumerables ramas de la explotación.
Ella fue la primera persona que me pegó. Yo tenía 6 años y estudiaba en el Colegio de las Monjas de Foz. Que yo recuerde, creo que fue ella. La llamaban pote de pintura de lo mucho que se maquillaba. Y fue tal el shock, que al año siguiente, mi madre decidió pasarme al Grupo, el otro cole del pueblo, donde la religión se impregnaba de otra manera sin ser desde los poros. Pero al menos se podía correr y vestir como una quisiera.
Me consta que pegó también a otras, y no ignoro que el tiempo, (al revés de como dicen), casi nunca pasa factura. Tampoco sé si sigue viva. Pero es una verdad perfectamente nítida, que desde aquella bofetada sonora y dolorosa en mi pupitre, me di de bruces contra el mundo como quien nace otra vez, y que el cartón, en lugar de la carne, empezó a predominar. Personas de cartón, situaciones de cartón, buena parte de las cosas que me rodeaban se me hacían como de cartón. Será porque yo misma era también de cartón.
El sabernos inmensamente frágiles ante tales violencias, nos reviste del perpetuo pellejo del cinismo.