viernes, 23 de septiembre de 2022

Gajes del periodismo

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                    A veces el corazón es paralizado por el estómago.

                                                                   Víctor Hugo en los Miserables

martes, 13 de septiembre de 2022

La pérdida de una madrina

Kensuke Koike

 

Se llamaba Luisa Pereira y tenía un hijo en silla de ruedas. Cuando me volví a instalar por segunda vez en Galicia y ya vivía en A Coruña, allá por el 2014, una mañana me fui toda ilusionada a Ourense, con la intención de buscarla y encontrarla. No tenía más datos que el nombre y lo del hijo; ah, y que era viuda. Ourense es como un pueblo grande, y no sé si será por sus puentes y las termas de aguas hirviendo que la rodean, que conserva todavía la curiosidad por la gente que la visita, algo así como una calidez muy antigua. No como Santiago, que la conservaba hasta hace muy poco, hasta que la masificación turística simplemente osó pasar la tan temida línea roja.

Y no sé si porque soy también de pueblo, que llegué y empecé a preguntar a cuanta vecina y vecino en su buena entrada en años, pudiera tener información de mi madrina. Cuando viajo sola, puedo pasar la tan temida línea roja de las obsesiones. Si voy con alguien, imposible.

Entonces, al cabo de muchas horas de andaduras  infructuosas, supe finalmente que había muerto. Había cuidado a su hijo durante toda la vida. Lo primero que sentí es tristeza, pues no es la primera vez que no consigo dar con alguien que aprecio y quiero, o que como mínimo, que aprecié y quise. El otro día, le mostré a un amigo una de las fotos de pequeña que tengo con mi madrina, y me dijo que era la foto de todas las que le había enseñado, que más le gustó. Mi madre me decía que cuando me quedaba con mi madrina, no me sentía feliz, me sentía (a falta de la palabra que quiso decir y no pudo, la pongo yo: exultante). 

¿Cómo no buscar a la mujer que llegó a darme tres platos de caldo uno detrás del otro, que yo devoré, cuando no pasaba de los dos años?

Lo segundo que sentí cuando aquella señora me dijo aquello, es que Luisa, si había sido capaz de hacer sentir tan feliz a una ahijadita, que jamás volvería a ver una vez partió para Uruguay, qué no haría por su único hijo, que nunca pudo caminar.

 Cuánto de ella habría en aquel chico, y cuánto de su hijo habría en su madre.

En el amor supremo, hay una deconstrucción ajena incluso de los órganos, de todo lo invisible, pero también de lo visible. Una mano que se recuerda intacta, con su olor y gesto únicos, pasa a ser nuestra mano. Ojalá pudiéramos entender algún día que con cada muerte de un amor, en realidad, somos más vida.


viernes, 9 de septiembre de 2022

Recordando a Berta

Diana Fookes
                                 

          Tendríamos la misma edad, si no la hubieran asesinado los impunes de siempre, los de todos los tiempos...