domingo, 22 de enero de 2023

Mi melódica



No sé siquiera si se llama así

este instrumento. Creo que también se le conoce como órgano de boca. En aquella cocina de Foz, me inicié por primera vez en la brujería.

Mi madre era de revolver cacerolas deliciosas durante horas que, como dije otras veces, eran horas casi estáticas. También porque así eran los pueblos en aquel entonces. Recuerdo que ni yo misma me aguantaba tanto escándalo "musical". Pero ni Elsa, ni Víctor, ni Flavio me decían nada. Me dejaban hacer de todo y soportaban mis caprichos más excéntricos. Muchas veces pienso que tanto mimo fue como la última salvación de estas tres personas, (mi familia nuclear), que murieron antes de tiempo. Primero una, luego otra y luego la otra. Tal cual fichas de dominó. El sacrificio último y más preciado en pleno vestíbulo de la felicidad: La hija menor, con todo lo que dicha promesa conlleva. La imagen que explica esta idea, esta responsabilidad, es la de una firmeza repleta de amor y de cariño en medio de una tempestad donde se filtraba a nuestro pesar, el ser diferentes, la violencia puntual, la enfermedad, la pobreza por temporadas, aunque nunca la miseria.  Y en el medio de todo: locura, arte, lecturas, tertulias hasta las tantas con veraneantes, el vino, las drogas, episodios sagrados en blanco y negro de Félix Rodríguez de la Fuente, los chicharrones, las prostitutas, los recuerdos de aquellos viajes de novela de Víctor: el lobo de mar que fue mi padre, playbacks inolvidables  de Raffaella Carrá, las historias uruguayas de Elsa: la artista por el mero hecho de existir que fue mi madre, nuestras vecinas/hermanas... al fin de al cabo, (MO)VIDA.  ¡Eran los 80!

Sí, aquella cocina era el caos de una familia nada convencional en años donde definir aquello como delicuescencia, sonaba más que ridículo.