Enramando el aire |
Sin embargo, sin embargo...
Hoy me permito contar (les) algo que tiene que ver muy directamente con lo que soy ahora. Todo comenzó en el patio de un liceo de secundaria, muy mítico, el liceo Suárez en la ciudad con luz de patio, palabra que repito, expresión que me permite usar Borges desde el sueño despierto de su dimensión: Montevideo, Uruguay. El que todavía es mi amigo resaltaba aparte, entre tanta invasión hormonal, porrillos furtivos y risas espasmódicas de adolescentes, a puñados... sueltos en aquella jaula mirando al cuadrado de cielo sobre el cemento. El cielo que nos había tocado.
Me contó que escribía y yo también deseé escribir. Cuando leí su Ronda por primera vez, no sólo sentí el mismo estremecimiento que me invadía al absorber mis añoradas joyas literarias juveniles, también supe que de golpe, apenas sin entrenamiento previo, había entrado en un tipo de cosmos diferente a todo lo que había leído hasta ahora. Teníamos quince inviernos y en mi caso todavía conservaba mis chillones ejemplares fucsia de Puck (tan inolvidable en algunos aspectos como el Punk), en un lugar muy visible de mi estantería. Eso sí, junto a un grueso ejemplar de Lovecraft, muy suyo, que en aquellos momentos y hasta bastante después fue mirado con recelo por el resto de aquellos, mis leales compañeros.
Espero que viajéis conmigo en este temblor inédito hasta este momento, /su ronda/, como lo hice yo hace más de dos décadas...
RONDA
Abría las ventanas luego de cada noche transcurrida. Hedores ya aromas llamaban a sus congéneres intercambiando los siempre nuevos aires entre olores propios. Con ellos, la superficie del suelo aclarada por lumbres crecía, para herir mis ojos. Frescor me violaba los poros, obstruidos después de haberse acariciado en sábanas.
Leve calor, acorde a lo tenue que una hora nunca fija emitía, invitaba a acercarse a la ventana, y aspirar aquel aroma- miel solar, que ya jugueteaba en la habitación. Así recuerdo haberlo hecho muchos despertares, como para ver por sobre aquella línea final, siempre inalcanzable. A veces camuflada entre nubes y brumas, ora sostén de mil trazos cromáticos, que abrazados al arco iris incineraban ilusión propia.
Debajo de tal horizonte se hallaban ellos.
Jamás precisé su número, ni observé si variaban o eran sus mismas voces, de todos, sus aquellos días. La hierba ya estaba demarcada en forma circular, a causa de su girar infinito que acompañaban con su canto. La ronda surgía de sus vocecillas, aún tempranas para el lamento tan herido, aunque sabedoras de la primera risa- obscuridad. Ambas ocultas, en lucha, dentro de sus memorias. El primer brazo se tornaba el último y así sucesivamente.
Podía permanecer tardes enteras contemplándolos, concentrado a través, y en su ronda. Ellos sólo la interrumpían para ir a sus casas, cuando madre luna no desea mostrarse humana. Porque si lluvias o tormentos no lo impedían, seguían su girar unidos por el tacto. Difuminados por distantes farolas. Hasta que altas personas de manos moviéndose venían y los llevaban a sus casas- grisáceos edificios. Construcciones mohosas, cuya lugubridad no opacaba a los esbeltos árboles que enramaban el aire.
Sus frutos oscilaban con ellos, levitados por la brisa, rozando tejidos desteñidos en rojo añejo. Todas la calles, callejuelas, se asemejaban a galerías verdosas. Confluían en la plaza, de donde partían los cantos a mis oídos.
En ésta se situaban dos o tres bancos, que habitualmente permanecían vacíos. Suponía que aquellos señores no gustaban de verles allí, tan próximos a sus lustrosos zapatos. Sin embargo me he interrogado el por qué sólo yo asistía a tal concierto de manos juntas y rimas expandiéndose. (Nocturnamente idas)
Además de los pétreos asientos, se hallaba una estatua suntuosa, adornada por su fuente. Me divertía ver la faz de bronce, cuya identidad nunca supe, desdibujada para luego emerger, semiahogada entre helechos verduscos y enredaderas de hiedras. Pero ellos atendían a su juego, sin tomar en consideración las demás miradas- opiniones. Y yo junto con ellos. No importaban prismas de interminables alturas, perdidos en la cercanía, anclados en la lejanía.
Tampoco las figuras oblicuas, investidas con trajes, que automatizaban frases de buenos días, y al instante emprendían apuradas corridas hacia la colina. Sobre esta humeaba (se) la fábrica, en cuyas cajitas de cartón, pues así me parecían ser sus salones insípidos y solitarios que en escasas ocasiones pisé, se amontonaban los gigantescos señores, entonces convertidos en soldaditos de plomo.
Resquebrajándose por dentro, sin guerra que lo causara, con-IN-sumidos en emboscadas personales.
El pueblo en su totalidad no contaba en sus caras, siempre fijas hacia la que tenían en frente. Risueñas, fugaces caras. El tiempo pasó, o eso es lo que me han dicho. Insensibles respecto a éste, las rimas continuaban deleitándome, más allá de días vaporizados en un sol que parecía jugar a lo eterno, hasta que dejaba de alumbrar. O segundos- vuestros meses- después, cuando su luz mortecina había vejado cada hoja, y éstas danzaban un anual epitafio, sonorizado por brisas. (Fríos).
Baile de ecos que retumbaban antes- junto al último rayo helado de su Apolo gris. Neutro en lluvias. Nubes, nieblas que al cerrar mis ojos, marcaban el principio del fin constante.
Verdor tornándose vida, parálisis, y propia mortaja.
Aunque tales cambios transcurrían, únicamente ellos y su ronda jamás interrumpida contaban para mí. Realizaba, claro, mis propias actividades, pero siempre dentro de la habitación, ventana. Con los sentidos fundidos en los suyos, quienes constituían mi única inspiración para el vivir.
Admiraba su felicidad no interrumpida por la plaza, las callejuelas, el pueblo, la cumbre- fábrica, los soldaditos de plomo, el verde tornado neutro.
No sé cuantos de vuestros años que yo mido por los florecimientos, han transcurrido. Y aún ahora los veo serpenteantes al cantar, a pesar de que ya no esté en mi cuarto, recostado sobre el marco de su apertura.
Sólo me abrazan cuatro muros llovidos por una lámpara tenue.
De cuando en cuando, señoras de enormes manos vienen a traer, o retirar, platos de comida sin probar. Y también para pincharme con algo filoso, transparente, que según ellas mejora mi salud.
Pero yo ya me siento bien, con verlos cantar su ronda, allí, a través de una pared que nunca tuvo ventanas.
Carlos Defazio 1989
Carlos, più ti conosco più mi chiedo chi sei. Sinceramente ammirata. Sabrina
ResponderEliminarThanks a lot Sabrina Vispi. I'll tell about these grateful lines of yours to the author. And sorry for the big delay in my answer, I just have seen it!
EliminarCarlos, più ti conosco più mi chiedo chi sei. Sinceramente ammirata. Sabrina
ResponderEliminarDisculpa la demora en responder, ¡gracias en su nombre!
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