Bucarest
En tiempos de cibernética acusada, insólitamente la búsqueda de personas continúa siendo un acto de rebeldía, un atrevimiento, una incoherencia mirada con cierto pasmo, y en muchos casos locura. Es como si debiéramos pertenecer a un bando o a otro, a una cultura determinada, a una familia (obligadamente a una).
En la curiosa y necesaria novela de Muriel Barbery la elegancia del erizo leemos a propósito de un niño adoptado:
Nos hemos enterado de que Théo era un niño adoptado, que tenía quince meses cuando lo trajeron de Tailandia, que sus padres habían muerto en el tsunami, así como todos sus hermanos. Yo miraba a mi alrededor y me preguntaba: ¿cómo se las va a apañar? Estábamos en Angelina, al fin y al cabo: todas esas personas bien vestidas, que paladeaban con aire afectado unos dulces birriosos y que no estaban ahí más que por... pues por la significación del lugar, la pertenencia a cierto mundo, con sus creencias, sus códigos, sus proyectos, su historia, etc. Algo simbólico, vaya. Cuando se toma el té en Angelina, se está en Francia, en un mundo rico, jerarquizado, racional, cartesiano, regulado. ¿ Cómo se las va a apañar el pequeño Théo? Ha pasado los primeros meses de su vida en una aldea de pescadores en Tailandia, en un mundo oriental, dominado por valores y emociones propias donde la pertenencia simbólica quizá se ponga en práctica en las fiestas del pueblo cuando se honra al dios de la Lluvia, en el que los niños viven inmersos en creencias mágicas, etc. Y de repente helo aquí en Francia, en París, en Angelina, inmerso sin transición en una cultura diferente y en una posición que ha cambiado de manera radical: de Asia a Europa, del mundo de los pobres a los ricos.
Entonces, de repente, me he dicho: quizá, dentro de unos años, Théo tenga ganas de quemar coches. Porque es un gesto de rabia y de frustración, y quizá la rabia y la frustración más grandes no sean el paro, ni la pobreza ni la ausencia de futuro: quizá sea el sentimiento de no tener cultura porque se está dividido entre varias culturas, entre símbolos incompatibles. ¿ Cómo existir si uno no sabe dónde está? ¿ Si se tiene que asumir a la vez una cultura de pescadores tailandeses y otra de grandes burgueses parisinos? ¿ De hijos de inmigrantes y de miembros de una gran nación conservadora? Entonces uno quema coches porque cuando no se tiene cultura, uno deja de ser un animal civilizado y pasa a ser un animal salvaje. Y un animal salvaje quema, mata y pilla.
Siguiendo el razonamiento de este discurso en boca de la niña protagonista, (Paloma de tan sólo doce años, dotada de una inteligencia superdotada y que desprende elementos identificatorios por casi todos los poros de la piel, pese a cierta "soberbia" sobrante), una gran mayoría de las personas que habitamos este planeta devastado, deberíamos ser "animales salvajes". Este es el único y grandísimo desliz de un relato pleno de humanidad (si nos atenemos a un léxico humanista). La elegancia del erizo es un libro sobre el absurdo de la existencia, y la necesidad de encontrar en la sencillez y las personas más allá de la clase, edad y condición, una esperanza para la felicidad. Es por ello que extrañan sobremanera estos párrafos donde las personas adoptadas son definidas de una manera tan despiadada. ¿Entonces se queman coches por no pertenecer a una cultura monolítica? No puedo dejar de sentir el chirrido de fondo. Si hay algo precisamente atractivo en el melting pot, es la riqueza cultural, y evidentemente no es lo mismo "sacar" a un lagarto de su contexto, que a una criatura humana. De hecho, las personas adoptadas por medio de la migración, si el proceso de adopción se realizara como debiera en la gran mayoría de los casos, no sufren esa duplicidad cultural sino todo lo contrario. Cada vez en mayor grado debido a la evolución de la ley de identidad, muchas personas adoptadas asumen tener su familia de origen (la biológica) y la de adopción, con las múltiples variantes de estas familias ( formadas en su mayoría por madres o padres, por miembros uniparentales...). Por ello este análisis de Barbery esconde una fuerte contradicción con la tesis de amplitud hacia la diferencia de la novela, y que es la razón fundamental de su fluidez. Comparar en la misma escala de situaciones límite el paro con la falta de cultura, sosteniendo que la falta de cultura es más grave, lleva inevitablemente a pensar en el fuerte descontexto de quien escribe ( francesa, escritora privilegiada que no sufre en sus carnes los sinsabores de la precariedad).
No es la carencia de cultura lo que convierte a una persona en un animal salvaje, ( la cultura siempre está ahí, nos envuelve) sino la carencia del derecho a la búsqueda de la misma, y de su otra identidad (la biológica). También de sus familiares, amistades, de las personas en definitiva que una/o elige buscar, y si llevamos este derecho de búsqueda a otras ópticas: la búsqueda de la realización personal, de la vida que se quiere vivir, de lo más importante: el deseo. Porque la búsqueda es el paso valiente y posterior a la curiosidad. Tanto y como los animales que somos, que también buscan y sienten la curiosidad. Y sólo sin curiosidad somos nada.
º Barbery Muriel: La elegancia del erizo, trad. González-Gallarza Isabel, Barcelona, Seix Barral, 2007, pp. 288-289.
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