miércoles, 5 de diciembre de 2012
La perversidad de los concursos literarios
Presentar un escrito ante un jurado literario es tarea casi obligada, ingrata. Un carnet de conducir para gente que sabe de la imposibilidad de publicación en una Editorial sin haber sido galardonada primeramente, por un incómodo rito de pasaje: el concurso literario; la verdadera insignia scout.
Por otro lado, es una tarea que tiene bastante de desagradable (la resignación de obligarse a competir con otras mentes en un juego feroz, pensando que los concursos de belleza pertenecen a un escalafón más bajo, ja). Pero lo hacemos, a pesar de los peros y sin obtener resultado. Compramos lotería pensando que alguna vez nos tocará, cuando nuestro desconocido nombre es cómplice del número fatídico, la combinación perfecta, escondida entre los pliegues de la mágica y sabia combinatoria, en las fauces seguras y poderosas de la sempiterna improbabilidad.
Entonces, no nos queda otra que aferrarnos a la mano segura de la esperanza y de la ingenuidad, a turnos. Porque soñamos con-vivir-de-lo-que-hacemos y los concursos literarios, negocio estable, diseñado al detalle para la humanidad contemporánea hipercreadora, hiperactiva; alimentan esta ilusión. Porque sin concurso, difícil suele ser publicar. No obstante, nos vamos dando cuenta...luego de uno, y de otro, y de otro fracaso. Y al final nos animamos a hablarlo, con otra gente, con la que terminas coincidiendo (personas del gremio), y te abren los ojos, cuando, con más experiencia, te aconsejan con dos iluminadas máximas:
-Nunca te presentes a un concurso literario si el pseudónimo en la plica no es obligatorio. (¿No es casualidad acaso que en este tipo de concursos siempre ganen escritores consagrados, y en una abrumadora diferencia hombres con respecto a mujeres?).
-Tampoco te presentes si el concurso lleva muchas ediciones, pues los concursos como todo, se vician, y el tributo aquel que imaginabas al escritor de tus sueños al que el concurso esmentado rinde su nombre, se pierde en la lontanía, para llegar al momento actual donde poco o nada importan estos detalles superfluos. ¿Importa acaso que se cumplan las bases del concurso?. Para citar mi última nefasta experiencia con este imponente auditorio de máscaras, ¿importó que para el concurso del tren de poesía y cuentos Antonio Machado, el relato debiera hacer alusión al tren?. Ante todo-nos gritan desde lo alto- no tomarse las cosas al pie de la letra...
Porque lo cierto es que no existen bases que valgan cuando se presenta una estrella literaria y ésta compite contigo. En cuanto a la temática...para el mismo caso del dudoso concurso del tren; la poética en todas sus variantes es inversamente proporcional no solo al estilo sino al mismo criterio estético de Antonio Machado. (No sería arriesgado afirmar que el poeta fallecería por segunda vez al ver con qué ahínco le rinden tributo a su obra) siendo incongruente con el criterio de este concurso, también la voz poeta en su más amplia definición.
En resumen: el criterio reinante en la crisis también de los relatos es la no-poética absoluta pero sí el desbunde absoluto. Pues seguimos escalfándonos en el líquido recalentado, recontra recalentado de la movida y sus desmadres para siempre. Aunque pasen los años. La movida será eternamente el significante astro de todo lo relacionado con la disidencia en España. No cabe otra clave de queja o batalla, otra vestidura para la reacción a las tiranías, o siendo más modestas, la tan nombrada subversión.
Porque el atractivo del relato parece medirse en más de un concurso por la cantidad de rayas de coca que el escritor en cuestión (o más exactamente personaje/avatar) escriba en mayúsculas que se esnife, por la infaltable exposición de sexo heteronormativo=mete saca y previsible... de resacas manidas de noches neoyorkinas, (y nada más, increíblemente nada más ni siquiera rascando el fondo). En el realismo sucio suele haber algo detrás, lo que justifica la existencia de la sordidez, es decir, el peso del relato. Pero aquí no. Aunque me frote los ojos con fuerza, no encuentro ese algo más que convierte una anécdota hueca, huequísima, de un compañero de fiesta anónimo (y de turno), en un relato literario.
Y entonces me pregunto: ¿Dónde quedó aquello de que la escritura tenía un cometido?. ¿Acaso soy tan vieja? o ¿acaso los viejos invirtieron las leyes del juego y apuntan a pseudo osadías significadas por ellos como "juveniles" y "en la onda" para obtener aplausos de los miembros de un jurado que ansían también a su vez ser modernos para desprenderse de una vez por todas del ser carca que llevaban pegado hasta ayer a la espalda? ¿Se trata de una máscara más sobre las otras que ya tenían incrustadas?
Y escribiendo esto desde la decepción más profunda, a medida que me propongo dar por finalizada esta necesaria metástasis, privilegio de mi época en que la decepción nuevamente se va transformando, siento que obtengo un logro. Gracias al exorcismo de esta máquina, al streaming llevado a la palabra que me otorga un efecto irreversible: el del blog. Porque puede que mi cuento como muchos otros cientos, miles...(mejores), ni siquiera haya sido sacado del sobre aquel que enviaste tú también a esta farsa de concurso citado al que como yo le harás una cruz. Puede...
Pero que te alivie esto: Una sola queja aquí y ahora es más que nunca posible y necesaria debido a la parte que en realidad funciona como un todo, la única parte crucial de la telemática: La revolución incluso desde la unidad.
Y por eso: lo dicho dicho y publicado está.
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