Una mesa redonda se hacía más pequeña a veces,
a la hora de comer… poligeométrica como por arte de magia.
Crecí admirando esta mesa. Veía el suelo cerca de mí:
manchas negras sobre granito blanco o verde, los suelos
de aquellos años. Imaginaba formas en aquellas baldosas,
las manchas eran habitantes que me hubiera gustado conocer.
Ahora, en otro viaje a este
destino, donde para entrar hay que tener coraje y romper
una cáscara blanca; todo comenzó a repetirse, sabiendo que llegaba.
Me hablaron de la suciedad,
mirándome con miedo,
como si yo no supiera que interrumpe mis sueños
desde aquel entonces, intentando evitar que los objetos
estén donde estén,
su inercia, su frescor.
Y odio el no haber abierto la boca para decir que había otras cosas,
que eso, por decir algo,
fue un mal menor en medio de una calma
extraña, en medio de las ropas que aún están por crearse.
Este pueblo es lo mismo; la yema que nunca espera hacerse.
Compruebo que
un universo permanece intacto y protegido de tanto en tanto…
cuando logro romper la cáscara. Elsa sigue cosiendo, uniendo unas
almas con otras, unas penas con compañeras que ella elige,
unos momentos con instantes que saca de aquí y de
allá. Nos hace reír.
Sus hilos son las emociones
que ha logrado extirpar
de unos cuerpos ignorantes hasta entonces de este existir.
Pero nada cose
hasta que yo no hilvane sus ideas.
Siempre ha sido así. Necesita un apoyo que en el momento crucial no obtuvo.
Cuando las lechuzas dejaban de lamentarse por las almas solas,
Elsa se sacaba el dedal.
Veo colores que me animan como los olores que más me estremecen,
los más picantes y nuevos,
a veces plásticos; (mis drogas de niña)
son las telas que cubrían mis manos pequeñas
cuando
dibujaba
y comía, cuando estudiaba y lloraba,
cuando dormía.
Muy a menudo me lamento porque ella ya no está,
pero también me río,
porque ahora como amazona que sabe de su justicia,
está más que yo en su libertad.
Terca como soy, sólo cuando algunos pensamientos rebotan
en mí porque la cabeza suele irse con frecuencia a otros rumbos,
Elsa me machaca con su máquina de coser,
porque ahora es aire y no habla
y aplica los instrumentos de tortura de su arte (como alfileres que se iban con la
comida)
cuando es necesario que yo la tenga clara, sólo para reconocer que
algo se activará. Quizás desde su nueva visión,
disponga de las herramientas para encontrarnos un refugio, para
mejorar esta especie,
para redimirla.
Así es como ha bajado un ser bueno puede que desde alguna dimensión
que me acompaña otra vez con las costuras
que tanto añoraba. Otra vez me rodean las texturas
y los colores brillantes,
las reglas y las tizas suaves que marcaban papeles crujientes
que besaba cuando era una enana.
La bovinas de hilo enormes son ofrendas de Elsa desde el hiperespacio,
distingo sus triquiñuelas para hacerme llegar su confianza y su calma.
Son ardides para mi locura.
En tiempos en que se habla de Universos paralelos
- donde la información cumple deseos que todavía no aparecen-
(así como una golosina que se pasea por el aire insistente
ante el empacho de un gigante),
que broten seres que te recuerdan a otros seres, es un regalo de esperar.
Cortan y pliegan, hacen y deshacen.
Cuando me coloco las alas y atravieso
aquellas montañas -matronas turgentes separadoras de mundos-
las sigo viendo sonriéndome entre las nubes.
El pueblo me atrapa y lo saben, pero me dejan caer en él.
Es un remedio ante la perdición de no saber qué hacer
cuando se pisa y se vive en el laberinto.
De tanto en tanto amarro la cuerda del bote para no irme del todo,
entonces vuelven
a aparecer los rostros envejecidos
pero que siguen siendo rostros de niños,
los sabores intactos,
los llantos,
las ortigas y el olor a lluvia reciente, el caldo… la bosta.
Pero no me retienen porque al irme dejé de jugar.
Como un percebe aferrado para siempre a su roca,
lo vivido se aferra a su origen.
Cuando, tras la búsqueda inquieta del origen,
vemos que sólo habita en la mente,
se inician otras búsquedas
a las que precipitadamente dispondremos de un sentido
y entonces
Pica, pica la piel.
Durante años busqué a mis amigas con obsesión,
siempre con la imaginación.
Niñas- viejas dispensadoras de aventuras- recuerdos
almacenados durante años en el rellano de una casa que ya nadie reclama.
Sólo yo. En el pueblo todos cumplen su papel.
Sus saludos mutuos son defensas, fuentes de calor dentro del huevo.
Y si vas, no encontrarás aquella playa
pequeña… repleta de algas secas y resecas al sol;
/olor indómito que dejó una cruz en mi corteza cerebral/,
pero la misma espuma de mar transmigrada en su mismo elemento,
te azotará la espalda de por vida,
mientras las bandas de gaviotas alborotadas
te gritarán desde arriba que eres una ilusa que busca lo innombrable,
pero respiro porque el alivio es que nunca te echarán de este,
su escenario-espiral.
Sé que en sus cofres, además de honores náufragos,
guardan la receta de esta tranquilidad que nunca llegará a mí.
Poco a poco (…) con la calma…
aprendiendo a valorar estos reencuentros,
la paz de aplacar angustias en lo posible;
el retorno.
Por eso dejo que Elsa desde ultratumba maniobre mi vida,
llevándome en ciertas instancias a su vera sólo para que vea
qué me depara el fluir de mis años,
y sigo adelante
admirando las coincidencias ingentes
que con humor matriarcal pone en mi camino.
Encuentro los objetos que perdí, objetos que ella todavía custodia
y respondo con un guiño a su guiño.
Estas son las formas de reparar tantos daños, son las formas de unión
entre los vivos y los muertos,
y entiendo que no lo creas,
pero dime qué piensas cuando el cuervo regresa al hombro de su amigo un día…
dime qué piensas.
Y hay esta criatura, que también existe y no existe.
Lanza rayos de alegría aliviándome la piel.
Elsa y ella son de la misma raza. Cosen y cosen,
uniendo con hilos fuertes lo que sirve,
las pocas cosas que merecen la pena de verdad,
como si fabricaran vida,
manteniendo la primera ese lenguaje hecho de luz
que la segunda esconde como el tesoro más valioso
que hubo alguna vez, protegido en un nido justo debajo de su
flequillo.
Publicado en Poeginia, Barcelona,
No hay comentarios:
Publicar un comentario