Cortesía de Zaida Fernández |
Un relato poético de los que me gustan a mí, con un pie aquí y otro allá, escrito por Krisztián Réfi, un autor húngaro de tan solo 18 años participante del taller de creación narrativa que imparto de forma itinerante en su país desde hace unos cuantos meses. Krisztián promete, por su forma humanitaria de configurar el horror. Aunque no sea precisamente "humanitario" el concepto exacto que lo define. También es afortunado por la apabullante poesía que contiene su idioma, del cual en ocasiones realiza traducciones literales para llevar al español que ya domina. Tales trasplantes son insustituibles. Alguien que denomina al cuerpo "domicilio natural" tendrá siempre, siempre a las letras de su lado.
Y sobre el título, hermosa palabra cuyo significado es alma.
Lélek
Como flotando en el océano de la nada, notó un cuerpo acostado abajo de él. Tenía un deseo fuerte de tocarle pero no se podía mover. Por alguna razón sentía este cuerpo suyo e intentó moverse otra vez con desesperación. Un médico apareció de repente para chequear el pulso del cuerpo. Había una máquina instalada al lado de la cama en que el mismo estaba estacionado. El doctor continuó tocando el cuello del paciente buscando el pulso por unos segundos más. Retiró la mano y salió de la habitación. Entonces, él se encontró solo allí nuevamente mirando al cuerpo, intentando ocuparlo. Esta vez se movió, fue capaz de volar hacia la cama. A pesar de todos los esfuerzos, no pudo entrar en él. Había una pared invisible que no le dejaba acercarse a su domicilio natural. La desesperación aumentaba y aumentaba dentro de él y una emoción asfixiante inundaba su espíritu poco a poco. La puerta se abrió y el médico regresó con una enfermera. El doctor escribió algo en un papel mientras que la mujer apagaba la máquina conectada al cuerpo. En ese momento un soplido de aire helado congeló su alma (su „lélek”) dejándolo temblando de frío.
La tristeza y el miedo relevaron a su desesperación, trayendo la oscuridad de lo desconocido.
Minutos o quizás horas pasaron hasta que la oscuridad se descompuso. Vio al médico nuevamente, ahora estaba poniendo una cubierta encima del cuerpo, después lo empujó fuera de la habitación. Él salió también flotando al lado de la cama. Fueron a través de innumerables corredores y al final llegaron a una sala con un texto en la puerta que decía ’CREMATORIO’. El lugar emitía el sabor de la muerte, el calor del fin eternal. El doctor abrió la puerta y entró con el cuerpo. Los hornos trabajaban sin descanso quemando docenas de muertos. La sala estaba llena de gritos, los gritos de los fallecidos. Estos no se oían en el mundo material pero él oía cada uno de ellos perfectamente. Ya estaba en otro mundo, otra realidad, el más allá. Era otra dimensión que ni el médico, ni la enfermera, ni nadie comprendía. Fue entonces cuando entendió que no estaba vivo. Él había muerto.
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