Adentrarse en la obra de Ken Bugul, es penetrar en esta noche de la que habla, para no regresar jamás. De hecho, su cuarta novela debería ser pieza obligada de los estudios post/decoloniales (si no lo es ya). En 283 páginas, la autora sintetiza con una habilidad no exenta de un cinismo radical, de un humor que se regodea con sorna en nuestra verborrea científica; la historia de un país y de un continente entero. Pero no lo hace desde un abordaje familiar, desde una mirada, estilo y formato tradicionales. Y si coloco la letra inclinada en esta palabra, es porque sí lo hace de una manera que en ocasiones se empapa de lo tradicional, pero que casi carece de notas euroamericanas, occidentales (a diferencia de la sincrética literatura de la nigeriana Chimamanda Ngozi). Este es uno de los logros más llamativos de su prosa. Prosa que de repente es verso en bruto, libre, de repente ensayo político, manifiesto escueto… para luego viajar al inicio del relato legendario en la aldea Diéri, en los tiempos en que las historias se susurraban al oído al ritmo del tam-tam. Todo ello intercalado con frases repetitivas, de variaciones y añadidos mínimos, que funcionan en la memoria oral africana, como invocaciones elegíacas, como estribillos tensados por las tragedias más lacerantes, donde todos los Dioses se funden en nombre del terror.
Seguir leyendo mi artículo sobre La locura y la muerte de Ken Bugul
en la revista de cultura africana contemporánea Afribuku.
No hay comentarios:
Publicar un comentario