Pero antes de salir a tierra, me fijé en el párrafo, escrito con pulcritud a dos colores, como me gusta hacer en mis propias clases, y sobre pizarra blanca. Claro que lo que allí ponía era una obviedad absolutamente coelhesca, pero alcanzó para hacerme entrar por el aro. Justo el ratito de zombismo suficiente que te proporciona la pastilla antes de vomitarte nuevamente a la vorágine de una ciudad tremendamente turbia y extraviada como es Londres.
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