El primero que me hice (tengo tres), fue en Buenos Aires, una diminutez en un hombro que con el tiempo fui volviendo más grande y añadiendo color a medida que me iba cansando de ella. Luego me puse un triangulito en la oreja en un viaje a Portugal. Por aquello de que mi padre nunca quiso ponerme agujeros en las orejas por considerarlo una mutilación a su beba. ¡Grande y original, papá!
El tercero, tres círculos en el pie. Es el que más me gusta. Aunque se lo copié a alguien, me hace sentir como un insecto.
Y como insecto somos plaga. La gente que nos tatuamos, ya hemos llegado a ser plaga.
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