lunes, 5 de mayo de 2014
En veinte años
Crudo como ceviche de hormiga
como despertar en camilla y viva
como nacer...
como un poema de Elke Erb
En veinte años
me pondré vieja, ¿eh? Es decir, achacosa,
debilucha, tendré lagunas de memoria,
de percepción, más que casuales, sí seguro:
sistemáticas, casi.
Los tales agujeros, como apolilladuras,
serán por otro lado, sin embargo,
concentraciones de tejido-pero sólo agujeros para mí-
indisolubles,
impenetrables nudos. Y yo en medio.
Desde que puedo pensar, un vocerío siempre,
cuando consigo ir a alguna parte, de alguna parte
(inesperadamente) a alguna parte.
Habré compuesto, hilado, este ir,
de por vida, en un texto, pluscuamperfectamente.
Así percibiré, con todo, de modo duradero también,
cada vez más agudo, más rápido que ahora & de por vida,
lo que, espesado, permanece,
en tanto que yo amenguo.
Amenguo, me paro más y más, de pie, me pasmo
y se acabó. Me doy la vuelta, ¿igual que ante puertas cerradas?
Estar ausente, al fin, igual que siglas
de perspectivas que me rebasaron
estando ya en el mundo, de pasado imperfecto.
Valor de soldado en campaña, resignado a su sino.
Igual que comadreja, que sea, claramente,
lo mismo que el arroyo: agua resplandeciente.
No escucharé las cosas indigestas
que se digan. Materia pura, cállate.
Agujeros semánticos, dura traba del ser
(inalcanzables bocados de contrarios). Sirven,
unidos entre sí, como una jaula
(o sólo los enlaces, sin nudo), y allá adentro,
metido en un rincón, el pollo intimidado
(y que revolotea, si alguien viene,
con alas recortadas.
Como acosado.)
Como aterrorizado.
Las miradas de la anciana, pequeñas, se deslizan,
a menudo lo he visto. Así anda errante,
estupefacta,
pues no es ya la perdiz de las estepas.
Ça ira.
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