viernes, 8 de mayo de 2015

Profesora a domicilio


Su historia bien podría comenzar así:

Se baja del metro obeso.  Un barrio tradicional de la gran Shanghái, tal y como había imaginado. Extraño, tratándose de LAOWAIS.  Olor a frituras de pulpo picante, griterío, rasgos de provincias muy lejanas, miradas que dicen reconocerla, calor que empapa las grasas.

Examina su refinado sombrero, está bien puesto, pero igualmente, decide ajustar el lazo, justo debajo de la barbilla.  Hoy era un día para faltar. Con este bochorno...y con las pocas ganas que le pone ella.  Que el mandarín es difícil, me dice.  Qué pereza.  Cruza apurada la gran avenida; ella, muñequita de otra época; mientras presiente que ya no hay suela en uno de los minúsculos tacones de sus zapatos rosas de cuero artificial. Ya ha visto dónde comerá luego, casi enfrente del piso de los LAOWAI donde sirven variedad de dumplings caseros y a buen precio.  Apura el paso, un hombre en cuclillas toma sopa hirviente. Noodles frescos hacen piruetas imposibles en el aire. Llega.  Los mismos porteros de siempre descamisados, ríen entre dientes mientras ella se dirige rauda al ascensor sin saludar.

Lo que más le molesta es lo incómodo del surrealista y rotoso asiento que también les sirve de segunda cama.  Como de costumbre él acierta y ella no.  Repite conmigo YIWANYIQIANYTBAILINGYI  ¡Muy bien! No puede ser que tarde tanto en contestar, no puede serrrrr...

Tiene ojos inteligentes y sonrisa amable, pero todo en ella es rosa.  Rosa pálido también son los guantes, con filigrana en la parte de las muñecas.  Su pelo teñido de rubio no está del todo cuidado, aunque es largo y las ondas acentúan la bonita redondez de su rostro.

Hay algo mutuo que provoca electrocircuitos.  Eso se palpa.  Se hubiera tirado en la cama, despojada y su risa chispeante y sensual atravesaría los cielos hasta quedarse muda.  Ella es extremadamente agradable pero turbadora como tofu de color granate cuanto te dicen que en realidad está hecho con sangre.

Y cuando llega el momento en que pierde la paciencia y grita e insulta, la echan.  Entonces se sienten despreciables.  Despreciables estudiantes occidentales que se dan el lujo de despedir a su profesora china.  

Ese mediodía, poco después de empezar la clase, por primera vez, se había sacado cuidadosamente la rebeca, y los moretones azulados de sus blanquísimos brazos se exhibieron rotundos y burlones.  Cuando se fue, cerró la puerta con un BANG humillante. Vergonzosamente triste y humillante.

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