Me gustan las medusas. Viven
suspendidas en el agua durante toda su vida. Es una maquinaria frágil y
hermosa, tierna y delicada, pero a la vez vital y violenta: podrían matarte. Están
a merced de las mareas pero imponen una sutil resistencia: se desplazan por
medio de la propulsión con chorros de agua, se contraen y expulsan el agua
desde el interior de sus cuerpos. Qué bonita metáfora, convierten su entorno en
movimiento. Es precisamente de eso de lo que llevo hablando todo este tiempo.
Hay pocas cosas en la naturaleza tan simples y tan complejas como las medusas,
pero en realidad ese sencillo mecanismo es la base de la vida, todo lo que
existe repite el arquetipo. Las medusas esconden también un hermoso secreto: su
morfología es extremadamente simple, como una bolsa de basura vacía, pero sus
patrones de movimiento no han sido
descifrados por la ciencia, porque no solamente avanzan con su propulsión a
chorro, sino que crean complejos vórtices en forma de anillo durante su
movimiento. No tienen cerebro, sangre o sistema nervioso. Sus sentidos son
primitivos y consisten de una red neuronal sencilla: ojos que pueden
diferenciar la luz y la oscuridad y unas cavidades sensoriales que les permiten
identificar presas potenciales. Es decir, no tienen cerebro y tampoco corazón. Así
es como en realidad somos nosotros. Tú también.
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