Nuria Castro |
Pensé un momento
que quizá no estaría aún bien despierto y que aquello era un horrible sueño.
Cerré los ojos y busqué en mi memoria dónde había estado la víspera. En ese
instante sentí como si las garras de un animal se hundiesen en mi costado, y vi
a un buitre que se había arrojado sobre mí y que devoraba a uno de mis
compañeros de lecho. El dolor que me causaban sus garras era tan intenso que
logró despertarme del todo. Junto a mí se encontraban mis ropas, y me apresuré
a vestirme. Ya vestido, quise salir de la tapia que rodeaba la horca, pero vi
que la puerta se hallaba cerrada, y a pesar de mi esfuerzo no logré romperla.
Tuve, pues, que trepar por la triste muralla y, apoyándome en una de las
columnas de la horca, me puse a contemplar la comarca que desde allí se
divisaba. Fácilmente pude orientarme. Me hallaba a la entrada del valle de Los
Hermanos, no lejos de las orillas del Guadalquivir.
Mientras observaba el paisaje, vi cerca del
río a dos viajeros, uno de los cuales preparaba un almuerzo, mientras el otro
sujetaba con la brida los caballos. Me alegró tanto ver a aquellos hombres que
mi primer movimiento fue gritarles: «¡Agur, agur!». Lo que en español quiere
decir «hola» o «buenos días».
Jan Potocki
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