Se lo cuento a las estrellas, porque no sé escribir y quiero ser escuchada.
Cuando me vio, se asustó como si hubiera visto a una loba, cuando era yo la que
no veía a nadie en años, siglos incluso.
Pero luego, cuando la invité a mi
cueva, y compartí con ella la poca carne de cabra que me quedaba, noté en sus
ojos el brillo de la amistad. Me dijo que no comía carne, pero que la comía esa
vez porque sabía que la caza era mi única comida.
El sacrificio más honorable a
la última cazadora de Gredos.
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