lunes, 15 de agosto de 2022

The magic city


 

Llegué una mañana y me fui por la tarde de ese mismo día, en un puente de avión.

Por ese motivo la aproveché tanto, sabiendo casi con total seguridad, que nunca más volvería allí. Hasta ahora no lo he hecho, pero quién sabe. 

Me encontré con una ciudad de un calor agradable y además cálida y algo lenta. Cálida por la gente, donde escuché más español que inglés, y los adolescentes con sus gorras de raperos o traperos de lado, y sus pantalones blancos caídos hasta lo inimaginable, miraban desde las alturas, pero miraban. Y ese aire tan instaurado de los 50s, y el rosado, sin duda el color principal. Mucho pastel y palmeras. Pero detrás de todo el decó, o más bien, entre medios, me pesa escribir que percibí el decorado. Qué casualidad que justamente sea decó la raíz.

Y más me pesa escribir que lo artificial, la arquitectura naif que impregna la ciudad, es como si ocultara otra realidad,  en esa misma línea de diseño de una elegancia naturalista, pero elaborada a base de capas.

Y que bastaría vivir allí mucho más que un día, para tener el tiempo suficiente de descapar  y finalmente descubrir que no es fascinante para nada lo que se esconde debajo del makeup más chic: otra de las innumerables ramas de la explotación.

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