![]() |
Chetumal |
Y QUIZÁS, alguien que trabaje en este hotel lea esto más tarde o más temprano y no le guste un pelo lo leído, pero me arriesgo, y reconozco que imaginarlo me divierte. Aunque no todo lo que voy a escribir sobre este insólito antro perdido en una ciudad de México cercana a Belice es negativo...
Es más, el UCUM me recordó a varias películas de Tarantino. Por lo mucho que tenía de motel, por los colores chillones de los decorados, y las dos plantas largas de cuartuchos, con balcones incluidos. Por los tíos de recepción que parecen haberlo visto todo y al mismo tiempo no enterarse de nada, por esa suciedad fija a paredes y rincones, pero que se advierte refregada con ansiedad para que pase al estatus de cosa limpia, y créanme que de extraña manera lo logran.
Hacía un calor humedísimo de los cinco mil demonios. Recuerdo haberle dicho al taxista: Lléveme al hostal más barato de la ciudad. Y su respuesta:
-La llevo, pero no espere lujos.
Y todo fue según mis expectativas, pero mejor incluso. Porque me sentí por una noche, actriz secundaria de una peli del director nombrado. Todo, hasta que llegó la primera intrusa. Me pregunto si hubo otras a lo largo de la noche. Mi fobia a los insectos es tal, que podría llegar a preferir variando un poco las circunstancias, morir ahogada por el letal Raid antes de que una cucaracha me camine por cualquier parte del cuerpo.
Y aquella pulga... para qué continuar.
Poco antes, me deslicé al balcón, que daba a otra hilera de balcones de mucha peor guisa que el mío. Un hombre eructaba a la noche el humo del cigarro o muy probablemente el porro , y dentro de su habitáculo, ruido y montones de cervezas. También más hombres. Risas enajenadas revueltas con gritos y de repente, la mirada de este tipo y la mía se cruzaron. Entré a mi pieza con la sensación de haber sido otra vez violada. Porque las mujeres sabemos de decenas y decenas de tipos de violación. La distancia entre ellos y yo era ínfima. Entonces me di cuenta de que mi cortina no tapaba una mierda, y al brillo especial de la noche mexicana, mi cuarto y yo misma resultábamos transparentes.
Apagué la luz y me metí en la cama, aterrorizada por un nuevo horror: el triple y veloz salto de mi diminuta inquilina sobre una sábana que destacaba por un enorme, amarillento, desafiante lamparón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario