miércoles, 20 de marzo de 2013

Resarcimiento galáctico

Foto de Luis Manuel Mateo en Taller 1/ 2008


Texto publicado en Filmaffinity hace unos días:




Los cuerpos celestes avanzan, lentamente, o a la velocidad de la luz - depende de la perspectiva - en dirección a Terra, para luego estallar brutalmente. Escuchamos la noticia mientras masticamos la cena que toca para estas crudas noches invernales. Ingesta de sopa caliente mientras de paso, nuestras impermeables retinas absorben inmunes la imagen de más de mil cuerpos humanos dañados por un cuerpo no humano. No hay parpadeo alguno, ni asimilación de la noticia, porque como le podríamos responder a Juan Perro, no quedan sueños que la caja tonta nos pueda robar cuando ya perdimos del todo la capacidad para soñar.




Entonces, nos viene a la cabeza Melancholia, el extraño planeta que Lars Von Trier hace un par de años hizo colisionar con nuestra bola gigante. Pensamos algunas, en que películas como esta, funcionan como señales apocalípticas más que como piezas de arte o episodios refinados de entretenimiento. Apabulla el hecho de estar dentro de la película, y de que esta se convierta en un metadiscurso de una realidad que desconcierta a todas las partes. Como en el llanto del androide cuando descubre la verdad. Sólo que ya escribieron acerca de esto. Acerca del estallido de las Torres Gemelas, mil y una veces, claro. Acerca del vivir la ficción hasta las últimas consecuencias, aunque esta ficción esté alimentada de pura realidad. Jerzy Kosinski en su novela “Being there” ya nos hablaba sobre un hombre que eligió el mundo que le ofrecía la televisión al mundo real. Probablemente por escapismo, para negarse a enfrentar un afuera demasiado cruento o desolador.



Después de todo, no se le puede culpar a nadie de buscar el neón en pleno abismo. No se le puede culpar a nadie el buscar el cálido refugio del electroduende.



No nos resulta extraña entonces esta parábola, cuando el propósito de desensibilización de la noticia, ha obtenido sus frutos, ofreciendo el cerebro generador de dicha noticia, una cadena de masacres perfectamente elegidas, como modelos antes de salir a pasarela y a la hora exacta: la de cenar. Diana pornoterrorista afirma que es ahí donde reside el esperpento, no en la desnudez o en el acto sexual explícito, por más que este nos pueda llegar a chocar.



Nuevamente, no se equivoca.



Con este idéntico dar cuerda, algunos quizá, si hay tiempo, si cabe decir algo entre bocado y bocado, entre imagen nefasta y más nefasta, sorprendidos de repente por un imprevisto parpadeo, nos preguntemos: ¿Cómo puede ser que la explosión de este reciente meteoro aterrizado en tierras rusas, que liberó la energía de treinta bombas atómicas, el más grande registrado en un siglo, y que dañó a tantísimas almas, nos resulte tan trivial? ¿Quizá la aparición de los tan hasta-el-cansancio, esperados alienígenas nos salvará del letargo? Probablemente no.



Renombrados astrónomos aseguran que los NEO (Near Earth Object) no suponen un peligro real para la humanidad pues poseemos la tecnología suficiente para poder evitar estas colisiones. Sin embargo ocurrió. Con tecnología punta y todo. Hace apenas unos días, y el número de personas heridas por la roca espacial, supera las mil. Un meteorito más brillante que el sol equivalente a treinta veces la potencia de la bomba nuclear de Hiroshima te atraviesa la cara y no pasa nada. Preferimos ignorar que la bola pende en el vacío, pero no sola, sino rodeada de múltiples amenazas. Preferimos ignorar que incluso la bola tendrá un día, un fin. Quizá porque la conciencia de tal vulnerabilidad cósmica superaría con creces hasta el más último interés por el relleno, por las cosas, por lo perecedero: las vestiduras de la bola. Y en una sociedad donde el consumo ha pasado a ser el arquetipo de toda superesctructura, de toda ideología, de todo sentimiento, no conviene en absoluto que esto suceda. Muramos, pero muramos consumiendo.



Más allá de lo fallido del medio que nos transmite la noticia, algo más no anda bien. Aquello que en la obra maestra de Von Trier, nos aterroriza; (la intromisión de un planeta que ponga fin al nuestro, que ponga fin de repente y sin aviso a nosso colectivo estofado de egos en un cosmos que pensábamos nos pertenecía) parafraseado por otra parte en nuestra realidad pesada (no ficticia), puede llegar a aturdir, a asombrar. Pero estirado hasta el máximo el chicle de nuestra capacidad para sorprendernos, con el consecuente deglutir que dicho verbo implica; caemos de bruces por enésima vez, en la pista accidentada del autoengaño. Necesitamos que así sea. Con la misma liviandad que la inescrutable blonda Dunst cuando manda al diablo a su atónito esposo en plena boda, porque sabe que eso no es nada comparado con lo que muy pronto se le vendrá encima-nunca mejor dicho-.



Comprometerse, agradar, cumplir con las formas y las normas, incluso mantener la cordura, sólo tiene sentido dentro de una línea de mínima eternidad. El problema es que esta engañina no se sostiene por demasiado tiempo, y que sólo algo tan radical y poco frecuente como la explosión de un cuerpo celeste contra la Tierra, podrá despertarnos de golpe de un embotamiento que construimos involuntaria pero concienzudamente, gen a gen y ladrillo a ladrillo, bajo la promesa impuesta de felicidad desde el primer día de los tiempos. Puede que mereciera la pena, al fin de al cabo y después de todo… si los fragmentos cósmicos de Heráclito nos devolvieran la capacidad de soñar.



Deunavezyparasiempre.

















No hay comentarios:

Publicar un comentario