miércoles, 26 de noviembre de 2014

El país de

Vigo


Como en "La doble vida de Verónica", soñaba con que un día apareciera su alter ego de la forma más inesperada.

A la vuelta de una esquina, de noche, en una callejuela estrecha y fétida o en el café Majestic, quién sabe.  En la sala de espera de un pringoso masaje, o de un tratamiento arriesgado para calmar la picadura intensa de la piel, por ejemplo.  En una frutería pakistaní o en el cementerio.

En su obsesivo nomadismo, nunca tuvo tiempo para disfrutar completa y tranquilamente, de los pequeños cambios que la rodeaban.  El crecimiento algo torpe e ineludible de su vecino adolescente, las humedades fundiéndose, furtivas pero decididas en las ropas de su apolillado armario cuando llegaba el frío.  Intentaba respirar, y no recibir ese oxígeno denso, opresor, como un bloque de sulfuro sólido, pues no sabía qué hacer con él.

Intentaba también masticar el alimento y no engullir como si fuera una famélica.  Pero la próxima ruta no entiende de esperas, ni del exquisito arte de contemplar durante horas las musarañas.

El destino, el próximo destino apremia y seduce, con su alfombra digital de ofertas a cual más apetitosa y conveniente.  No estaba dispuesta a dar su brazo a torcer, ni a dejarse llevar por la acechante y provocadora rutina.

Algún día la encontraría.  En Berlín, en Montañita o en Managua.  Muerta o viva, en hueso y carne, pero aquí, de este lado del espejo.

Llegaría el momento de encontrarla...               de encontrarse.



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