domingo, 23 de noviembre de 2014

Ponencia



Un relato peculiar y centelleante del escritor uruguayo Javier Couto, de esos protagonizados por los mejores animales, los no humanos:

Ponencia
 
Se sabe, un mono con corbata es ante todo un mono respetable. Estupefacción inicial en el vasto anfiteatro cuando Soni, trajeado a ultranza y con corbata de seda, irrumpe peludamente y a saltito corto en la magna sala. El primero en ponerse de pie y decir pero qué sucede aquí, esto es un atropello, es el jefe de cirugía Pedro Cornugatti, pero ya Soni al lado del micrófono, señores, si me permiten, por favor vuelvan a sentarse, Randal Keynes ha sufrido un sofoco a causa de los calores tan propios de éstas, vuestras latitudes, y me ha encomendado que lo supla en esta importante conferencia, les pido tomen asiento.
Al jefe de cirugía lo terminan de convencer la antropóloga Lucy Pómez y el famoso psicolingüista Esteban Rosadilla, cuyo modelado de la producción morfológica en base a un álgebra de procesos mentales ha sido motivo de malentendidos, discusión y envidia durante la última década.
Soni no parece intimidado frente a las cuarenta y ocho eminencias que lo observan en silencio. Indiferente a su condición de chimpancé ajusta el nudo de la corbata de seda y dice con voz chillona pero digna me he tomado el atrevimiento de modificar el tema de la ponencia, estimados colegas, quisiera versar esta ilustre noche sobre la influencia de la Luna llena en el sapiens sapiens. Silencio en la noche. Alguien tose dos veces. Pero esto es totalmente absurdo, me sacan ahora mismo a ese mono de ahí arriba, opina al fin el cirujano Cornugatti, que es silenciado por un unánime chistido de la sala, curiosa ante el contenido de la ponencia o quizá por su orador, mientras el famoso psicolingüista susurra a Lucy Pómez que la dicción del primate es digna de elogio y misterio.
Pues bien, amable audiencia, asumo inútil recordar aquí la innúmera lista de estudios correlativos tendientes a mostrar el aumento vertiginoso de los actos de violencia en noches de Luna llena como la de hoy. En el último artículo que publicamos con Randal —crece un murmullo en la sala, que Soni aplaca carraspeando y levantando la voz—, desarrollamos la analogía entre los mares y los fluidos del cerebro. El poder de la química cerebral —pausa enfática, Soni baja un poco sus anteojos para pasear la mirada por la sala— no es ignorado por nadie aquí presente. Esto es una payasada intolerable, dice Cornugatti a la antropóloga Pómez, tenemos que hacer algo para librarnos de este simio. La sala vuelve a chistar, la eminente antropóloga la observa como pidiendo perdón por la actitud del cirujano, mientras Soni continúa citando de memoria los últimos estudios en el área. Curioso cómo recuerda tantos nombres de autores, escenarios detallados de experimentaciones, porcentajes, Soni genera asombro en la gran sala, salvo por el jefe de cirugía, que se limita a murmurar que no fue allí a ver cómo un mono le vende espejitos de colores. Ese artículo es puro invento, murmura repetidamente, mientras busca con la mirada un cómplice en el anfiteatro. Es la envidia, dice Rosadilla a la antropóloga, déjelo que se le va a pasar. ¿Ha visto la motricidad fina del primate? Es prodigiosa.
Por todo esto, estimados colegas, al acercarse la Luna a la Tierra, suben los fluidos cerebrales, poniendo los pelos de punta del sapiens sapiens y generando reacciones violentas incluso en sujetos que uno no diría jamás.
Este galimatías se termina acá mismo, grita el cirujano Cornugatti al tiempo que se pone de pie y hace volar de una patada la silla, que llega a escasos centímetros de Soni. Este simio se retira ahora mismo de aquí.
Es triste ver cómo ciertos desenlaces obedecen al tiempo como el cuerpo a la muerte. Con un cabeceo discreto dirigido a la antropóloga y al psicolingüista, Soni consigue que ambas eminencias sujeten al jefe de cirugía. Cuatro colegas más se unen para recuperar la silla, volver a sentarlo y por fin lograr que quede inmóvil, mientras Soni comenta con voz tranquila, aunque siempre chillona, que en noches de Luna llena los integrantes de la tribu Timbuki, nativos de la estepa de Namibia, suelen empalar un chimpancé junto a una hoguera mientras danzan hasta la madrugada bajo cantos regidos por el brujo de la tribu. Qué pena que se les haya escapado este mono insufrible, grita Cornugatti mientas intenta zafarse de sus colegas. Los voy a denunciar a todos, del primero al último y ese mono con suerte termina en un circo. Soni, algo triste, mira hacia una ventana por la cual se puede ver la Luna llena. Dictamina, luego de reflexionar en silencio unos segundos, que, aunque le pese profundamente, lo mejor será amordazarlo, a lo cual las eminencias se disputan por tener el honor porque el jefe de cirugía les ha causado un espectáculo digno de vergüenza al interrumpir y ofender a tan meritorio disertante, que vuelve a ajustar el nudo de su corbata y ya retoma su discurso con una voz que no es la misma.
El instrumento que se usa en el empalamiento, señores, es una larga estaca como ésta que he traído, véanla, no tiene misterios ni fisuras, y mantengan así a nuestro admirable cirujano, tan interesado en los circos y en el trato que los chimpancés reciben de la tribu Timbuki. Inútil que Cornugatti forcejee de esa manera, el psicolingüista, la antropóloga y las otras cuatro eminencias obedecen con devoción a Soni, lo miran descender de la tarima, canturreando una melodía gutural y extraña mientras se acerca casi como bailando, de traje y corbata y sonriente, se acerca estaca en mano al jefe de cirugía que dice —se adivina entre los bufidos— que tampoco es para tomárselo así, que él admira a Randal Keynes, que dónde quedó el espíritu crítico, el sentido de la ciencia, la dignidad entre colegas, y otras fórmulas muy oportunas y siempre bienvenidas en eventos de esta naturaleza.
 

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