domingo, 2 de septiembre de 2012

La muerte y el color



Blanco o negro son dos colores clave asociados a la muerte.
¿Cuántas culturas le asignarán el añil o el naranja,
el azul eléctrico o el verde hoja a este segundo estadio de la vida?
¿Existirá alguna?
Quisiera saber de ella.

Recuerdo a María, mi abuela paterna.  Vistió siempre un elegante negro por sus varios lutos.
En una ocasión la vi llevar algún objeto en malva, quizás un pañuelo, y pensé con mi mente de niña, que ese detalle en el color de las mujeres en su versión más suave, era magnífico, un complemento con luz propia al negro.
Ahora que la muerte se esconde, que escondemos el dolor de la muerte, la decrepitud, el temor,
la fatiga y disputas, las penas y la vida larga que van a dar en muerte, ya no necesitamos del color de la señal para que nos miren con ternura, piedad, empatía o respeto.

Debemos afrontar la muerte escondiendo su ajuar completo en el armario.  En su imprescindible libro La pérdida de un ser querido: el duelo y el luto, Marcos Gómez Sanchoº afirma con melancolía política:

"...Hoy nadie se viste de negro.  La tanatofobia de nuestra sociedad llega al extremo de no tolerar que los dolientes se vistan de negro para expresar su tristeza. Una sabiduría milenaria estableció la costumbre del luto con fines concretos.  De alguna manera, quien estaba padeciendo un duelo, lo hacía públicamente a través del color de sus vestiduras.  De esta manera la gente le preguntaba y él se sentía socialmente autorizado, incluso estimulado, a contar lo que le había sucedido.  De esta forma, como veremos después, la sociedad estaba facilitando la elaboración del duelo cuya condición primera y muchas veces ineludible, es la posibilidad de exteriorizar la tristeza.  Hoy, cuando una persona intenta contar a sus amigos o compañeros de trabajo su soledad y pena por la muerte de un ser querido, enseguida le cortarán el discurso con argumentos tales como "tienes que ser fuerte", "la vida sigue", "no te atormentes, que no sirve de nada", etc.  Frases dichas con buena intención pero absolutamente inútiles a quien está padeciendo un duelo.  Realmente, lo que sucede es que nadie quiere o queremos escuchar ninguna cosa relacionada con la muerte.
Algunos familiares de enfermos nuestros nos han dicho las dificultades que han tenido al querer vestirse de luto para expresar su tristeza.  Así lo expresaba el poeta J. Sabines:

                                                                                Y es en vano llorar.  Y si golpeas
                                                                                las paredes de Dios, y si te arrancas
                                                                               el pelo o la camisa,
                                                                               nadie te oye jamás, nadie te mira..." 
 
Cuando dejé Galicia con catorce años, las ancianas de negro caminaban integradas por completo en campos, montes y playas con la serenidad y entereza, con el alivio místico que el color negro les ofrecía.  El luto era el lazo imprescindible con el más allá, con los seres perdidos, con la presencia física de lo no real, acto perfectamente chamánico.  Cuando volví de visita luego de quince años de ausencia, me asombró no ver ninguna anciana de negro.  No vi ni un solo pañuelo atado a la cabeza, la ropa de señora colorida y metaoccidental, las permanentes... habían llegado también a este ocaso del Cantábrico.  Se lo pregunté a una amiga de la infancia, que adónde habían ido a parar las ancianas y  su/mi color preferido:el negro, y se llevó las manos a la cabeza:  " Cala, cala... menos mal que as vellas deixaron o negro dunha vez...menos mal..."

Mi respuesta fue un silencio y un mal sabor de boca que me guardé para mí.  Ya no sabía adónde debía recurrir para encontrar alianzas y guiños con la muerte, pues habían sido depuradas, desinfectadas= exterminadas incluso en los pueblos de Galicia.  Pero no me rindo y sigo buscando, la cura integradora del miedo insano, del pavor que surge de lo prohibido y tachado de sucio, de lo que sellamos con litros de cola y enterramos.  Cuánto dolor menos habría integrando esta otra cara de la vida que llamamos muerte con toda la naturalidad posible, como tantos pueblos melanésicos y amazónicos sólo por citar algunos, que se aferran a espíritus transformados en fetiches: desde una piedra a un simple objeto. Cuánto sufrimiento se ahorraría si no nos empeñáramos en convertir a esta desconocida dama en paria...

vistiendo su color, danzando su aire, cavando con su guadaña,              

Viviríamos porciones de mimetismo con sufrientes que intuyen que nuestro consuelo está empapado en lástima, si deconstruyéramos de parte a parte este impresionante tabú, entendiendo que la muerte es y siempre será una parte no tétrica sino animal y necesaria de la vida.  Se extraña una terapia no aterradora.

Por eso el color de fondo de mi blog en respuesta a todos los asombros: negro como no podía ser de otra manera, letras de vida blanca nadando para siempre en un luto del que yo no me avergüenzo...



º Gómez Sancho Marcos: La pérdida de un ser querido, el duelo y el luto, Madrid, Arán Ediciones, 2004, p.37.

2 comentarios:

  1. Un abrazo Rosana, un abrazo negro de afecto y vivencia compartido

    ResponderEliminar
  2. Querida Sílvia:

    Me encantó este reciente reencuentro. Espero que haya otro relativamente próximo en Olot y que los volcanes nos lancen su alimento para seguir continuando. Me alegro de haber llegado a ti con estas palabras. Bicos... Rosanna

    ResponderEliminar