lunes, 9 de marzo de 2015

Putuo

Una de las montañas de peregrinación en China.  Una de las cuatro montañas sagradas.

El brillo de la Religión no solo allí, es el mismo que irradia esa cosa redonda que tiras luego de preguntar ¿cara o cruz? Y lo sabes desde el primer momento, lo sabían ella y él cuando se dejaron llevar por el misticismo, una vez más. Esa obligación que no debería serlo, esa obligación que impone la camiseta. I love...(pongamos ¿New York?).

El turismo es costilla de oro en Putuo.  Los monjes budistas son dueños de la isla en Putuo.  Intentando discernir el cielo, del smog y el mar, ella dice llorosa: "Merece la pena haber venido, pese a todo".
"Es la misma lluvia en chispas de Galicia, hace cosquillas ¿verdad?".
"Sí, a eso me refiero, que esta naturaleza, aunque (como) sobrante, justifica el resto".

Y subieron entonces fatigosamente la escalinata que lleva al templo.  En el camino vieron amuletos escondidos, gente que saca fotos a gente que saca fotos, la felicidad que gusta de subir a la cúspide en diferentes formas y sustancias.  Y aquella mujer exasperada que venía de tan lejos y había hecho una promesa.  Sus pies.  Sus tantas costras.  Mirada que guardo en "mis contactos".  En la cima, el gag (literal): la máquina de contar billetes. Detrás, una seriedad naranja.

Como si esto ocurriera solo en China (repetimosmentalmentemonologando).  Como si el Vaticano comiera raíces.  Que en China se comen, por cierto.  Inaudito-gran primer sabor.

"Por eso, hay que explotar este otro lado que comentas".  Responde él.
"¿Explotar?".
"Tú me entiendes".

De ahí las tantas playas que rodean la isla.  Como protegiéndola de algo todavía más duro que el brillo de la cosa esa que irradia.

Y la arena que cubre y te trae veloz a la boca el viento.

Y tragas, porque es manjar. Sin rechistar, con gusto te la tragas.

 Las personas de un país que buscan, desarman, inventan.  Buscan, luego de perder, buscan.  Aquel chiringuito, (sus ventanas). Y ya en el mar, lo imperdible: la silla, bien adentro y ocupada.  La charla (envidia de una charla desprendida y observada, que yo nunca comprendería por una cuestión no solo de idioma).   La salvación que les cuento estaba ahí. En la silla, hablando, y  al amparo de leves olas.  De las que rompen pequeñitas, para ser admiradas de cerca; en la orilla.

Lástima no ser fotógrafa para captar lo que mi foto (que de hecho tengo) no pudo capturar.  El instante que al verme, huyó.  Temiendo el nombre.  La cara o la cruz.


Escrito bajo influencia de mi alumna/maestra: Iria Otero.





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