Su lengua, como una llamita, me alegraba la carne. Respondí, provoqué y combatí, me volví más violenta que ella. Olvidábamos el movimiento de los labios, pero cuando al unísono nuestros movimientos se hacían rítmicos, la saliva nos drogaba. Después de intercambiar tanta saliva nuestros labios se desunieron a pesar nuestro.
La bastarda
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