Amira M. Deli |
Mi hermano, no pasaba los tres años cuando torturaba a nuestro primer gato hasta lo indecible.
Luego, cuando yo seguía sin nacer, mi familia tuvo un segundo gato en nuestro piso de un Polígono
de Montornés del Vallés, y Flavio le cogía de la cola y lo zarandeaba en el aire a su gusto. Pero había algo en él, algo que conservó durante toda su vida, y que se movía en paralelo a la violencia con la que vino al mundo. Era un tipo único de ternura absoluta, de total desamparo.
Tanto los dos gatos como yo, comprendimos hasta el fin esta oscuridad.
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