martes, 13 de diciembre de 2022

El poder de un color


 

En Coímbra impera el amarillo. Hay lugares donde es un olor el que destaca en determinada época del año. En otros, un sonido en particular. Incluso una voz: pienso por ejemplo en la aguda llamada del afilador, en cada vez menos enclaves gallegos y castellanos. Pero cuando se trata de un color vivo, hay una predisposición a la emoción que domina el paso. Es algo que quizá, tenga que ver con la luz y sus innumerables formas y juegos.

Creo que el imponente dorado de la Biblioteca Joanina que irradia en toda la ciudad puede tener relación. No niego un espíritu religioso de fondo, porque es evidente.

Así como en Santiago de Compostela. En este punto mántico donde lo simbólico cubre como una ola de invierno lo racional, lo palpable, se produce como un choque teórico, y al mismo tiempo, totalmente pragmático, emocional, incluso infantil. Como si alguien de repente, nos hiciera cosquillas en zonas del cuerpo que nunca antes provocaron risa alguna, pero ahora sí.

Y no se reduce a creer o no creer. Se trata más bien de dejar entrar en el cuerpo y el espíritu, sin más, aquello que, en otras circunstancias, rechazaríamos con toda convicción.

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