sábado, 17 de diciembre de 2022

La musa del balcón


 

Escribí La Musa del balcón en plena pandemia, inspirada en mis propios sueños con criaturas de otros planetas, y mis lecturas casi diarias de fantasía. Este sería el comienzo de un relato que fue escrito desde esa dimensión que nos ofrece el simple acto de dormir. 

Aunque no siempre. Pues hay gente que afirma no haber soñado nunca...

He aquí el comienzo de mi relato publicado en su totalidad aquí, en la Revista venezolana LETRALIA, hace exactamente dos días.


Como cada noche de aquel interminable confinamiento, esperaron con ilusión a la bailarina. A aquella joven misteriosa a la que sólo conocían por su envolvente danza nocturna. Al principio, sólo eran unas pocas presencias. Pero a medida que el encierro se fue volviendo un reto, el público aumentó. Ansiaban, más que esperaban, ver una vez más a la danzante de las sombras con máxima ilusión, como si fuera la última oportunidad que tuvieran.

Esta es la fantasía originaria, la que se vive en soledad profunda, desde la primera violencia: la del nacimiento.

Una soledad acompañada, pero soledad.

El escenario siempre era el mismo. Cortinas de tul, de un rosa palo al fondo.

Cortinas (que en realidad no eran cortinas) como empolvadas. Las personas, dispersas en sus ventanas, bajo el hechizo de aquellas partículas brillantes de polvo rosa (que en realidad no era polvo, ni el rosa era tal) en el medio de la noche diamantina de granítico silencio, por momentos hasta se olvidaban de la danza. Tal era el influjo del polvo mezclado con la lluvia, la irrealidad y el sueño, en un fondo de tinieblas que parecían provenir de un lugar más lejano que la misma oscuridad.

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