martes, 30 de enero de 2024

Un pensamiento a medias de Georges Banu


 

                                                Allí donde se encarnan los fantasmas...


lunes, 22 de enero de 2024

Paradero (des)conocido



Llegaron una noche de verano. 

En realidad, una madrugada. Claro que no eran horas de llegar, pero Mónica era nuestra amiga, y hacía muchos años que no sabíamos nada de ella. Cuando nos recibió en su apartamento diminuto de Bucarest, lo que más nos llamó la atención fue la pila de Legos, puestos a lo largo de la sala, tanto en horizontal como en vertical. Vivía sola y se dedicaba a la programación informática. Creo que había un vínculo fuerte entre su trabajo y los Legos. Y no sé por qué hablo en pasado, porque estoy segura de que no está muerta. Y no quiero continuar con la odiosa costumbre de hablar en pasado sobre las personas de las que no sabemos más. No quiero contribuir al asesinato simbólico de nadie, por lo que solo hablaré en pasado sobre ella, cuando toque el momento de continuar con la breve visita que nos hizo con aquel amigovio tan extraño que trajo. En nada.

Mónica prepara una polenta exquisita, por cierto. Porque en su país, se come tanta polenta como en Italia, o en el mismo Uruguay. Y no tiene familia, al igual que yo. Creo que es la única persona (joven) que conozco que no conserva a ninguno de sus familiares con vida. La última persona que perdió fue a su madre, y de eso ya hace unos quince años. Es decir, con treinta y pocos, se quedó completamente sola. Y este es otro hilo importante que me une a ella, y que me hace pensar cada tanto, en cómo estará...

La frontera entre la gente que tiene familia y la que la perdió toda de joven, no es frontera. Se trata de un abismo donde ni el lenguaje de signos funcionaría si el resto de los  lenguajes fracasaran. Y esto solo lo entiende de verdad quien comparte tal tragedia nada común.

Creo que Mónica sabía esto. Lo decía su mirada de un castaño oscuro muy preciso, que aparentaba estar perdida, pero que en realidad era pura concentración matemática en lo que podía ser un misterio, o esa oscuridad de fondo que yo creía y quería entender.

Cuando llegó aquella madrugada, cenamos la comida improvisada de viaje que trajeron, sin importar la hora, y lo tarde que era para cenar. Pero aquel amigo le hablaba con mucha dureza y en rumano. Por alguna razón que nunca supimos, estaba enfadado. Y este enfado se confirmó al día siguiente, que hicimos una excursión porque ella quería fundirse en el famoso verde de Galicia. Pero había una vuelta ciclista local, y el coche que trajeron no debía haber pasado nunca por allí. Se lo dejaron bien claro en carretera, hasta el punto de que casi tuvo que intervenir la Policía, También por la velocidad de película a la que íbamos, como si el auto estuviera hasta el techo de droga y nos lanzáramos a la huida.

Pocas veces creí morir en carretera, y de seguro que esa fue una de ellas. Y me odié pensando que si moría, iba a ser de la manera más idiota, por culpa de ese machín desgraciado al que ni siquiera conocía.

Le imploré al impresentable que fuera más despacio, que respetara esa vuelta ciclista, que las alturas y curvas de montaña gallegas no estaban preparadas para esa rapidez, que aquí todo el mundo sabía eso. Pero el engendro me contestaba a berridos y fiel a su idioma rumano, importándole un bledo que no le entendiera ni jota, sin dejar de pisar el acelerador. Que a la mierda esa vuelta y que fueran a por él si querían, cómo no...

Recuerdo haberle escrito un correo electrónico a Mónica, poco después, cuando ya estaba de regreso, diciéndole sin pelos en la lengua lo que opinamos de su acompañante. Pero no respondió más. 

Ay, el amor es... aquella figurita tipo Adán y Eva, ¿la recuerdan? Tuve una que adoraba de porcelana lustrosa y la perdí. Más bien diría el amor no es.